Por Natalia Ainora
La escuela se ha
establecido desde el siglo XIX como la forma hegemónica de educación, y esto ha
sido profundizado y reforzado con el establecimiento de la obligatoriedad. Es
así que dicha maquinaria escolar se ha vuelto un escenario inmenso de socialización
de niñas y niños, de acuerdo a los intereses dominantes. Parte de su supremacía
se debe a la capacidad de haber sido naturalizada como fuente de educación,
civilización y progreso indiscutible; evitando durante largo tiempo que se la
pusiera en cuestión.
Afortunadamente,
hoy en día la escuela es tema central de
debate y reflexión en foros académicos, políticas públicas, medios de
comunicación y diferentes esferas de la sociedad civil. Parece ser que en el
contexto actual, la escuela no respondería a las necesidades del momento, sino
que aparece como una institución anacrónica y desajustada. En este sentido, un grupo de jóvenes se embarcó hacia la realización de una
película documental basada en una investigación en ocho países
donde han participado alrededor de 90 educadores con propuestas
educativas alternativas. El nombre atribuido ha sido “La educación prohibida”,
y cuyo trasfondo es la crítica a la escuela tradicional, sobre todo partiendo
de la contraposición que existe con prácticas vinculadas a las ideas y
pedagogías de la
Educación Popular , Montessori, Cossettini, Educación
Libertaria.
A lo largo del film
se pone en evidencia, una vez más, que
la escuela tradicional es vivenciada tanto por alumnos y docentes como un lugar
de aburrimiento, de desinterés; aislada del entorno por muros que tienen el
objetivo de separar durante el largo proceso de escolarización al niño de la
realidad, el transcurso educativo se vuelve muy tedioso para ambas partes. Una
vez que los niños ingresan a esta maquinaria, son despojados de sus
experiencias externas, de sus contextos e incluso de sus emociones. En el
modelo tradicional parece no haber lugar para estas cuestiones. Lo que sí
importa es la transmisión unidireccional de conocimientos y saberes acabados,
que le son impuestos al educando desde arriba y desde afuera. Así el acto de
aprender se convierte en una tarea repetitiva, el educando pasivo como mero
receptor. Se le anula toda capacidad creativa, de iniciativa y reflexión
propia. A este modelo lo que le incumbe es cumplir con las metas planificadas
en el desarrollo curricular, a través de materias estáticas que solo dicen
palabras y que muchas veces el niño es incapaz de poder otorgarle un sentido;
el ¿para qué? Se torna una cuestión recurrente.
El film atraviesa
estas cuestiones, que ya han sido puestas en foco por pedagogos como Freire y
Dewey. De hecho como ya se ha mencionado, el documental retoma experiencias
alternativas fundadas sobre sus propuestas. Se parte de desnaturalizar las
prácticas, los saberes, los comportamientos del sistema educativo tradicional
para así dar paso a una reflexión y a una posterior elaboración de
alternancias.
Es así como surgen
y han surgido experiencias educativas alternativas alrededor del mundo, que
desafían al modelo hegemónico. Son experiencias centradas en la acción. Aquí el
verdadero protagonista es el niño que aprende. Pero no solo que aprende, sino
que también es fuente de nuevos saberes y conocimientos. Se exalta la naturaleza curiosa y creativa
del niño y se la toma como una fuente potencial muy grande de nuevas
experiencias. Su ritmo es respetado. El adulto es quien acompaña en este
proceso, quien guía y hace de intermediario en el conocimiento. El educador presenta misterios, pone a los
niños en situaciones pero ellos mismos son lo que las resuelven, con su
reflexión. Ellos poseen capacidad de asombro que es una fuente enorme de
conocimientos, pero la escuela puede coartar o dar impulso a este proceso. El
niño por naturaleza es curioso, imaginativo, cuestionador; pero si la educación
está basada en un “deber ser” difícilmente esto fluya, probablemente el niño se
sentirá desinteresado y frustrado.
El film se presenta
a sí mismo como “una película sobre la
educación integral centrada en el amor, el respeto, la libertad y el
aprendizaje”. Lo atractivo de dicho proyecto es que lejos de portar un
carácter academicista, se presenta de forma bastante amena, a modo de
documental. Presenta cuestiones muy interesantes que van desde el surgimiento
de la escuela, pasando por las falencias del sistema tradicional y explorando y
visibilizando aquellas experiencias que se han animado a desafiar las estructuras
de dicho modelo. Se trata de un proyecto que es financiado colectivamente, en
el que han participado casi 800 coproductores a través de internet. No deja de
ser llamativa la repercusión que ha tenido: 900 proyecciones independientes y
más de 8.000.000 reproducciones en la red. Su distribución es libre. No es un
dato menor, ya que es sencillo ver por doquier estos debates en ámbitos
académicos, políticos y de formación pero la difusión tan extensiva de esta
película permite socializar y expandir estas discusiones más allá de la
academia, hacer un debate más amplio y plural.
Es totalmente
imprescindible debatir sobre la escuela porque se trata de, podría decirse, el
proceso de socialización más grande de la historia. La perspectiva puesta en el
amor, la libertad y el respeto aparece en contraposición a la educación basada
en el miedo, en el temor, las amenazas y el castigo. La escuela tradicional nos
habla de paz, de solidaridad, de respeto pero se contradice con su propio
modelo competitivo. De hecho, el sistema de calificaciones se implementa como
una escala estandarizada que permite medir los logros obtenidos entre los diferentes
educandos, para comparar. Se trata de un mecanismo muy violento, que ataca la
subjetividad de los niños. Cada niño es un número, que incluso pareciera
definir la calidad de persona que es. Por supuesto que si se trata de
comparaciones y competencias, hay ganadores y perdedores. Ya no se estudia para
aprender como fin en sí mismo, sino que estudia para tener una mayor
calificación. Este sistema de calificaciones es también quien deja por fuera y
expulsa niños con capacidades potenciales enormes. Cuando se habla de “fracaso
escolar” el que fracasa es el niño, por no haber llegado a cumplir con los
parámetros y los objetivos impuestos por otros. Se acusa al niño de no haber
cumplido con expectativas ajenas a sí mismo. Se sigue legitimando un sistema
que estigmatiza, homogeniza, oprime y expulsa.
Por supuesto que el
debate no queda aquí agotado; el film es un disparador más para repensar la
escuela. Lo interesante a destacar es la postura adoptada,
en tanto entiende que son los diversos sujetos parte del proceso
educativo- niños, maestros, familias y miembros de la comunidad- los que deben
reapropiarse de su educación, proponerse sus propios fines y medios pedagógicos. La escuela activa,
que produce y sale del aula. Como
espacio abierto a las experiencias y necesidades de la comunidad. Experiencias
integradoras entre educadores, educando, familias y comunidad; que propician
una educación viva, donde hay intercambio, comunicación y cooperación.
Soy estudiante de Letras y una incansable defensora de la Escuela, creo que sigue siendo una institución vigente en materia de educación, y que en los últimos años los esfuerzos por mejorarla han sido múltiples. Hay que reflexionar, pero también hay que volcar lo que pensamos en acciones para lograr un cambio. No estoy de acuerdo con pensar una educación sin escuelas, pero sí en pensar en escuelas que se actualicen para responder a las necesidades actuales.
ResponderEliminarGracias por el material, muy útil para seguir enriqueciendo el debate.