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lunes, 15 de julio de 2013

Las teorías de la reproducción y su utilidad en el discurso pedagógico latinoamericano.


Por Mauro Juárez


   Parece ser una noción común en las teorías histórico científicas modernas inclinadas hacia un concepción marxista que enfatiza en un imaginario occidental europeo, la idea de que todo Estado capitalista que no reproduzca sus condiciones de producción, es un Estado condenado a la exclusión de la competencia capitalista, y por lo tanto a su desaparición como tal, en tanto que no le es posible condicionar el terreno en que lleva a cabo su acción para que la cadena de relaciones de producción en base al sometimiento de una clase sobre otra siga manteniéndose irrevocable.   Tomando como base, y complejizando las teorías de Marx, de manera que puedan comprenderse mejor los mecanismos que dan lugar a esa reproducción, Louis Althusser, filósofo francés del siglo XX, sostiene, en su libro Ideología y aparatos ideológicos de Estado, que en toda sociedad capitalista, “el aparato de Estado comprende dos cuerpos: el de las instituciones que representan el aparato represivo por un lado, y el de las instituciones que representan el cuerpo de los aparatos ideológicos por el otro”.
   Todo Estado necesita mantener reguladas las jerarquías y las relaciones de poder, por lo que una definición que alcance la complejidad necesaria, debe tener en cuenta aquellos aparatos que, desde el Estado, ejercen la coerción necesaria para tales fines.   La función del Estado, como garante de la concreción de las medidas que la clase dominante determina, es la de, por un lado, ejercer coerción mediante la violencia por medio de los aparatos represivos –instituciones como la policía, el ejército, las cárceles, etc.-, y por el otro interpelar ideológicamente a los sujetos, con el fin de naturalizar en ellos un imaginario determinado.   Puede verse, por otro lado, que las instituciones que cumplen el rol de aparatos represivos, son de manera unificada, instituciones públicas, mientras que aquellas que cumplen el rol de aparatos ideológicos, son, en su fragmentación, tanto del dominio privado como del público, con un predominio de lo privado.
   Pero estos dos tipos de instituciones, a la vez, no acaban su papel en aquello que las fundamenta. Tanto un aparato como el otro, necesita de ambas facciones coercitivas: La policía, por ejemplo, necesita interpelar ideológicamente para justificar su existencia; y por otro lado, en toda escuela se genera una violencia sistemática –violencia simbólica en términos de Bourdieu-.   La tesis que sostiene Althusser en su libro es la de que, en el Estado moderno, la fundamental institución que se erige como aparato ideológico de Estado, es la escuela. Es allí donde se da de una manera más continua y sistemática la influencia ideológica del Estado. Es allí donde se reproducen de manera más profunda, las  condiciones de producción de la sociedad capitalista. Reproducción que diagrama formas estereotipadas de manejarse en el mundo y de concebir el mismo mundo. El ciudadano perfecto para el estado  capitalista en Althusser, es aquel capaz de repetir aquello que se le enseña sin cuestionarlo, para así lograr en un futuro servir como reproductor en el circuito circular y monótono de la realidad capitalista.   Esta circularidad matiza la teoría de este autor, como así la de Boudieu y Passeron en La reproducción, con un tinte de irrevocabilidad de la realidad capitalista, lo cual nos lleva a un pesimismo que deja poco lugar a la acción por el cambio. Y que en cierta forma podría justificarse dado el contexto socio-cultural y educativo desde el cual teorizan   Pero una realidad diferente se presenta en América Latina, donde autores como Nassif sostienen que desde por lo menos 1960 es manifiesta una pugna entre dos concepciones educativas diferentes: por un lado, la pedagogía de la dependencia, que se fundamenta en una concepción de desarrollo en sentido lineal, como aquello que alcanzaría su cúspide al “igualar” mediante un incentivo en la industrialización y privatización, la realidad material de países del llamado primer mundo, países que sustentan tales políticas educativas en países periféricos en función de acrecentar la mano de obra que construirá sus fábricas, o que reproducirá imaginarios tendientes a naturalizar esta relación de imposición cultural con el fin de una dominación política; por otro lado, la pedagogía de la liberación, se desarrolla como una crítica a la imposición cultural que llevan a cabo las potencias y busca reinterpretar los sentidos de la educación. Existen diversas corrientes de esta pedagogía, pero lo que las relaciona a todas es el reconocimiento de la politicidad de la educación, y con ella de la necesidad de una práxis liberadora, que sea paralela a los procesos de enseñanza. Esta praxis, que en Freire se manifiesta en sentido dialéctico, y que él llama “educación problematizadora”, en contraposición con la llamada “educación bancaria” del capitalismo, revela una clara tendencia que ha nacido en Latinoamérica y que tiende a buscar en los fundamentos de la educación, la base para la construcción de sociedades más justas y liberadas del yugo de la opresión imperialista y monopólica del capitalismo más recalcitrante.
   Las condiciones para que en Latinoamérica se dé el surgimiento de estas corrientes pedagógicas críticas puede tener que ver , por un lado, con la condición de opresión a la cual se ha visto sometida por lo menos en estos últimos siglos, luego de oleadas de gobiernos dictatoriales a lo largo y ancho del continente, dispuestos por el mandato de Estados Unidos y otras potencias mundiales, y de los planes neoliberales como último, aunque no menor recurso de desfragmentación  y debilitamiento de los sentimientos de autonomía latinoamericanos para una más fácil dominación cultural y económica; y por otro lado, con la condición inacabada y poco totalizadora de los sistemas educativos, es decir, de sus falencias a la hora de funcionar a la perfección como garantes de la reproducción de un imaginario homogéneo, y que ha surgido como consecuencia de la condición anterior.   Puede verse que ambas condiciones son necesarias la una para la otra. En la medida en que un estado se ve forzado a debilitar sus factores de reproducción de soberanía y patria, su homogeneidad cultural se debilita y se fragmenta, lo que lleva a que haya una menor rigidez en el discurso que se impone en la educación. Y esto desemboca, podría decirse, en una posibilidad de desarrollar nuevas maneras de interpretar ese sentido educativo. E aquí que hoy en día se de esta polaridad, entre el discurso latinoamericano, y el discurso imperialista, y que ambos surjan del mismo sitio: Latinoamérica.      Sobre esto se fundamenta la necesidad de entender el importante papel que los educadores contemporáneos poseen en sus manos. Y es por esto que tanto Althusser, Bourdieu y Passeron nos pueden servir, a pesar de la clara diferencia contextual desde la que escriben, para entender la manera real en la que se dan los mecanismos de reproducción en la educación capitalista, para entender la manera en que tales mecanismos buscan ser adaptados  a los procesos de enseñanza en Latinoamérica por aquellos que defienden un discurso desarrollista liberal, de quienes Freire diría que son aquellos oprimidos en quienes vive la consciencia del opresor.

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